Es primavera en Japón y en primavera llueve. Llueve porque hay que mantener frescas todas las flores que adornan cada rincón y llueve para mantener brillantes todas las tonalidades de verde de sus montañas y sus jardines. Llueve porque sí y a nosotros nos gustaría que no lloviera.
Despedimos Takayama con una visita a su mercado de la mañana, un mercado que se extiende por distintos puntos de la ciudad. Lo recorremos bajo un paraguas que nos han dejado en el minshuku. Allí se venden distintos productos de la zona y como siempre lo que más nos llama la atención son los distintos tipos de alimentos que ni siquiera logramos saber si son de origen animal o vegetal, si son del mar o de la tierra.
Despedimos Takayama con una visita a su mercado de la mañana, un mercado que se extiende por distintos puntos de la ciudad. Lo recorremos bajo un paraguas que nos han dejado en el minshuku. Allí se venden distintos productos de la zona y como siempre lo que más nos llama la atención son los distintos tipos de alimentos que ni siquiera logramos saber si son de origen animal o vegetal, si son del mar o de la tierra.
Lo bueno es que siempre suelen poner un platito con una muestra de lo que venden para que los clientes puedan probar y nosotros aprovechamos y de vez en cuando probamos. Y, la verdad, rara vez nos disgusta lo que probamos.
Después, nos ponemos en camino y como siempre, en tren, nos dirigimos hacia nuestro próximo destino, Kanazawa. Durante el trayecto, acompañados otra vez por paisajes soberbios, primero de montaña y después de arrozales nos comeremos unos sushis de algunos de pescado y tortilla dulce y otros de ternera de Hida. Ah, la ternera, qué pena decirle adiós!
Y llegamos a Kanazawa. Sigue gris pero el cielo nos da una tregua y visitamos Nagamachi el antiguo barrio de los samuráis, un barrio que mantiene su sabor clásico. Allí primero visitaremos la Shinise Kinenkan, una antigua botica de 1579. Esta es una de las alrededor de 100 tiendas antiguas de Kanazawa, que se mantienen como ejemplo de comercio próspero del que tanto se enorgullece la ciudad. Después entraremos en la casa del samurái Nomura. Una vez más nos dejaremos encantar por el ambiente que la decoración, o quizá más bien la falta de ella, provoca en nuestros espíritus y sobre todo por la visión del jardín ya sea al contemplarlo directamente o desde el encuadre que las puertas de la casa proporcionan a quien quiera mirar.
Después, nos ponemos en camino y como siempre, en tren, nos dirigimos hacia nuestro próximo destino, Kanazawa. Durante el trayecto, acompañados otra vez por paisajes soberbios, primero de montaña y después de arrozales nos comeremos unos sushis de algunos de pescado y tortilla dulce y otros de ternera de Hida. Ah, la ternera, qué pena decirle adiós!
Y llegamos a Kanazawa. Sigue gris pero el cielo nos da una tregua y visitamos Nagamachi el antiguo barrio de los samuráis, un barrio que mantiene su sabor clásico. Allí primero visitaremos la Shinise Kinenkan, una antigua botica de 1579. Esta es una de las alrededor de 100 tiendas antiguas de Kanazawa, que se mantienen como ejemplo de comercio próspero del que tanto se enorgullece la ciudad. Después entraremos en la casa del samurái Nomura. Una vez más nos dejaremos encantar por el ambiente que la decoración, o quizá más bien la falta de ella, provoca en nuestros espíritus y sobre todo por la visión del jardín ya sea al contemplarlo directamente o desde el encuadre que las puertas de la casa proporcionan a quien quiera mirar.
Nos acercamos más tarde al mercado Omochi, mercado de marisco, pero es un poco tarde y el mercado no está ya muy animado así que decidimos acercarnos al hotel a quitarnos algo de peso de nuestras inseparables mochilas. En el camino visitamos el templo Oyama Jinja. Todavía nos sigue sorprendiendo cómo los templos en las ciudades japonesas son como islas de paz, con sus amplios espacios rodeándolos y donde a pesar de estar en espacios abiertos sin paredes ni puertas (excepto claro, el lugar sagrado) se tiene realmente la sensación de haber dejado el ruido y el ajetreo fuera.
Y en buena hora habíamos decidido volver al hotel porque empezó una tormenta de agua y viento que nos tuvo encerrados hasta la hora de la cena. Otra aventura, llegar a un sitio y no saber exactamente qué es lo que te van a traer para comer. Nadie habla una palabra de inglés. Te hacen quitar los zapatos y te dirigen a una sala que te recuerda la casa del samurái que habías visitado por la tarde. Te traen una carta con fotos pero a veces las fotos no ayudan mucho, así que es cuestión de cruzar los dedos y de comenzar a pedir. Acertamos. Y el camarero cada vez que se acerca a nuestra mesa, nos hace una reverencia.
Y en buena hora habíamos decidido volver al hotel porque empezó una tormenta de agua y viento que nos tuvo encerrados hasta la hora de la cena. Otra aventura, llegar a un sitio y no saber exactamente qué es lo que te van a traer para comer. Nadie habla una palabra de inglés. Te hacen quitar los zapatos y te dirigen a una sala que te recuerda la casa del samurái que habías visitado por la tarde. Te traen una carta con fotos pero a veces las fotos no ayudan mucho, así que es cuestión de cruzar los dedos y de comenzar a pedir. Acertamos. Y el camarero cada vez que se acerca a nuestra mesa, nos hace una reverencia.
Ya lo he decidio: mañana me voy a cenar a un japo...de veras que lo necesito, y después como no encontraré la paz en las catedrales ni en la iglesias y mucho menos con la crisis, creo que me daré un paseo por la playa mirando al desierto azul. Claro que eso es pecatta minuta para lo bien que os lo estáis pasando. Por cierto Miguel Angel ¿Qué hay de los estupendos tés del Japón?. En casa ya sabes el de cereza verde y el de lima (los dos japoneses) son uno de mis preferidos. Ya me contarás.
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