17/5/09

Takayama, una ciudad alpina




La llegada a Nagoya fue un poco a contrarreloj. Teníamos que llegar al hotel antes de las siete y en principio teníamos tiempo, pero claro, Nagoya es la cuarta ciudad de Japón y su estación es sólo un poco menos caótica que la de Tokio pero igual de gigantesca. Así que primero había que averiguar cuál era nuestra salida, después cuál era nuestra calle y aunque sabíamos que estábamos cerca de la estación no sabíamos a cuánto. Finalmente llegamos al hotel, uno de los llamados hoteles de negocios que no tienen ni un solo lujo, sólo lo básico pero que son más que suficientes para una noche de tránsito como era la nuestra. Al salir a cenar pudimos hacernos una idea de la ciudad con sus gentes moviéndose con increíble facilidad del subsuelo a las alturas de los edificios buscando quizá un buen lugar para cenar en la planta cincuenta y uno después de haber encontrado el amor en la planta trece.
Al día siguiente temprano nos pusimos rumbo a Takayama. Aunque la ciudad fuera fea merecería el paseo nada más que por contemplar el paisaje: montañas, bosques y ríos. Nos acercamos a la zona de los Alpes japoneses. Y Takayama no nos decepciona. Es una ciudad pequeña y tranquila con un centro que ha sabido guardar la arquitectura tradicional y que se vende bien al turista. Aunque la mayoría de turistas son nacionales, aquí empezamos a ver más occidentales, no muchos pero ‘haberlos haylos’.
En Takayama nos alojamos en un mitsuku, el equivalente a nuestra pensión, en el que al llegar, como quiera que aún no era la hora a la que se podía entrar en la habitación, la señora que nos recibe, toda sonrisas pero sin hablar una palabra de inglés, nos indica por señas que podemos dejar nuestras bolsas de viaje en el pasillo, pero antes de hacerlo se apresura a sacar dos trapos blancos, coloca cuidadosamente en el suelo el mayor de ellos y luego nos pide que pongamos una de las bolsas encima para así ella limpiar meticulosamente con el otro trapo las ruedas de la misma para así poder dejar después la bolsa en el pasillo con la seguridad total de que los turistas no van a ensuciarle el pasillo con sus bolsas. Obsesivamente limpios estos japoneses!
Por la tarde nos damos un paseo por los alrededores y disfrutamos de la calma y de los preciosos rincones y detalles de los muchos santuarios que encontramos. En estos momentos nos parece entender un poco mejor qué significa una vida ‘zen’.


Cuenta una leyenda nipona que había una vez una vaca que vivía feliz por los parajes de la región de Hida, tenía buenos pastos para alimentarse, un paisaje idílico que contemplar cuando estaba aburrida, veranos no demasiado calurosos e inviernos fríos, sí, pero bastante llevaderos en un cálido establo. En una palabra, que la vaca no se podía quejar, ni se quejaba, la verdad. Sin embargo, he aquí que un día se hizo un buen rasguño y se dejó un buen trozo de su parte trasera enganchado en una cerca de espinoso alambre. La pobre vaca no es que sufriera mucho con su rasguño, lo peor llegó después cuando a su dueño se le ocurrió asar el trozo de carne que había perdido su vaca y descubrió lo exquisita y tierna que era. Y ese fue, sin ella saberlo, el peor momento de la vaca de Hida, ya que, si bien su dueño se encargó enseguida de buscarle un buen novio con el que emparentarla inmediatamente para que tuvieran descendencia cuanto antes, la verdad es que lo que vino después no fueron precisamente los años más felices de la vaca de Hida. Cierto es que se hizo famosísima, sí, pero a menudo precio. Cuántas veces no se acordaría ella de aquel dichoso rasguño que hizo que su dueño se diera cuenta de la calidad de su carne y que ésta se hiciera tan famosa como la de ese buey de Kobe al que dicen que tratan de igual forma que a ella, que también lo alimentan con cerveza y de vez en cuando le dan un masaje…
La anterior leyenda nos sirve para poder afirmar sin temor a exagerar que es cierto que la carne de la vaca de Hida, una especialidad de Takayama, es realmente deliciosa y que nada tiene que envidiar a otras afamadas carnes de ternera que circulan a precio de oro por ahí, y por no envidiarles no les envidia ni el precio.
A diez minutos de autobús de Takayama se encuentra un museo al aire libre conocido con el nombre de Aldea Tradicional de Hida o también Hida-no Sato. Se trata de un conjunto de casas típicas de la región que han sido trasladadas a este lugar para su conservación o a veces, incluso, para salvarlas de la destrucción por las aguas a raíz de la construcción de un embalse.
El conjunto de casas rodea un estanque artificial al pie de una colina y su visita resulta interesante para ver cómo vivían los habitantes de la región en épocas no tan remotas, cómo se protegían de los crudos inviernos o cómo trabajaban la madera o la seda. En tres horas aproximadamente se puede ir y volver desde Takayama por 900 yens, que incluyen la entrada al recinto.

Esta tarde la hemos aprovechado para visitar con detenimiento el Takayama Jinya, un antiguo edificio gubernamental de tiempos del shogunato de Takugawa y que posteriormente sería sede del gobierno local hasta 1969. Los 400 yens que cuesta la entrada se dan por bien pagados cuando uno recorre sus preciosas dependencias minimalistas sintiendo bajo los pies desnudos la delicada suavidad de la madera o la exquisita caricia de los tatamis, todo ello acompañado por el regalo que supone para los ojos la visión del relajante jardín que rodea el edificio.Después del Takayama Jinya un paseo por la zona de Sanmachi-Suji para contemplar una vez más las preciosas casas de los mercaderes con sus bajos reconvertidos hoy en día en tiendas de artesanía local (sake, madera, lacados…) todas ellas montadas con un gusto exquisito.

2 comentarios:

  1. Pues de momento mi vida zen pasa en contados ratos viendo el mar y ahora mismo con hambre. Tengo que probar el buey de Kobe (lo he visto en la carta de algunos restaurantes japoneses de Madrid) pero más difícil lo tendré con la vaca de Hida, de momento me contentaré con jamon de jabugo.Besos diàfanos y entretenidos de parte de Manola.

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  2. Descansad bien ambas, que seguro que os lo merecéis mas que de sobra. Ah! y otra cosa, anota en tu agenda que a Japón tampoco podrás venir con Manola, la pobre de veras que no soportaría tantísimo trabajo... Besos de vuelta para vosotras.

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