23/5/09

Kioto, en busca de la belleza

Kanazawa nos reservaba aún una sorpresa: un paseo a primera hora de la mañana (más tarde es poco aconsejable debido a la masiva afluencia de visitantes) por su jardín Kenroku-en, que según la Lonely es uno de los tres jardines más famosos del país. El jardín es cierto que está muy bien y tiene rincones muy fotogénicos, pero la Lonely en este caso, como ya hemos comprobado en otras ocasiones, yo creo que exagera en su apreciación, en lo que sí lleva razón es cuando recomienda que se visite, ya que a eso de las 9 de la mañana empezaron a llegar hordas de turistas y se acabó la paz que reinaba en el jardín hasta entonces.
Como llegamos con suficiente tiempo a la estación
aprovecho para hacer más de una foto de su fantástico y modernísimo edificio así como alguna que otra que dé prueba una vez más de que, sin la menor duda, Japón es el país más limpio del planeta, pero esta cuestión merece un comentario más extenso que formará parte de la conclusión de esta bitácora de viaje.
Un tren rapidísimo, y que no es un shinkansen, nos acerca hasta Kioto en 2 horas y 13 minutos exactos. La puntualidad de los trenes nipones también merecería un capítulo aparte.
Pero no, no todo son maravillas en cuestión de desplazamientos porque, la verdad, el tiempo que el turista se ahorra viajando en estos rapidísimos trenes japoneses sirve para compensar el tiempo perdido en ese auténtico laberinto que son sus megaestaciones, auténticas ciudades dentro de la propia ciudad y que llegan a confundirte de tal manera que cuando te quieres dar cuenta no estás ya en la estación sino en el inmenso centro comercial que hay en ella o bien cuando sigues la dirección de la salida de la puerta sudeste y de pronto te encuentras con que esa dirección desaparece y sólo ves carteles que te anuncian las puertas norte, oeste, noroeste y central, la sudeste parece haber desaparecido de la estación, luego te darás cuenta de que un pequeño cartel al lado de uno de los seiscientos cuarenta y tres ascensores que hay perdidos por el recinto de la estación te enviaba al segundo piso, en donde, de haber subido, hubieras vuelto a encontrar la salida sudeste que buscabas, todo esto si no van y te sitúan la oficina de información turística en la novena planta de un centro comercial que hay dentro de la estación -y digo “dentro” porque “junto a ella” hay cuando menos otros dos más- como ocurre en Kioto. Debido a estos pequeños pero efectivos empeños por complicar la vida del turista que se mueve por las estaciones de ferrocarril en este superorganizadísimo país, si bien llegábamos a Kioto a las dos y nueve minutos de la tarde, cuando por fin cogíamos el autobús que nos traería casi hasta la puerta del Rikiya, el ryokan en el que nos alojamos en esta ciudad, eran ya casi las tres de la tarde.
Por pura casualidad resulta que el Rikiya está situado en Higashiyama, una de las zonas de mayor interés de la ciudad y decir esto en una ciudad como Kioto, que cuenta en su haber con 17 lugares declarados patrimonio de la Humanidad por la Unesco, evidentemente, no es decir cualquier cosa. Frente a la ventana de nuestra habitación, que en realidad es una suite, se erige imponente la esbelta figura de la Pagoda Yasaka y justo enfrente de la puerta del ryokan se encuentra el templo Kodaiji. Toda la calle del ryokan es una sucesión de templos, uno tras otro (bueno y de turistas, que a esta hora de la tarde están en plena jornada de pateo de la ciudad y de sus monumentos). Nosotros, lo queramos o no, no dejamos de ser turistas así es que decidimos dejar el equipaje y salir inmediatamente a empezar nuestro recorrido por Kioto.
Como era de suponer nuestros pasos nos llevan directamente al templo Kodaiji. Mucha gente, cosa que suponemos que va a ser lo habitual aquí en Kioto, así es que decidimos verlo más o menos rápido y continuar con el siguiente, hay tantos… En una de las salidas de uno de los templos llegamos a una pequeña calle perpendicular a la nuestra y cuál no será mi sorpresa al ver que en mi dirección se acercan dos maikos –aprendices de geisha- es decir, una auténtica suerte si se tiene en cuenta que actualmente, según la Lonely, en Kioto puede haber unas 80 maikos, que ese dato sea cierto o no es algo que está por ver pero lo que sí que lo es es que encontrarse con una maiko es una verdadera suerte cuando uno se encuentra en Kioto, lleva una cámara colgada al cuello y lo único que buscan sus ojos es precisamente eso, una maiko.
Me pongo a disparar fotos como un poseso y en menos de treinta segundos les acabo haciendo unas treinta fotos, ya veremos luego cuántas de ellas se salvan. Las maikos sonríen y posan tímidamente para mí y para otras cuantas cámaras que, seguramente animadas por la mía, también hacen de ellas sus puntos de mira. Pero no iban a ser éstas las únicas maikos que veríamos esta tarde, poco después, en la misma calle, volvimos a encontrarnos otras dos que posaron también para mí, al principio con timidez, pero luego sonrientes al ver mi desaforado interés por sus peinados, maquillajes y atuendos.
Nuestro paseo, luego de visitar el templo Yasaka y ver por fuera el enorme templo Chion, nos lleva hasta Gion, el barrio de las geishas. Por la calle Shimbashi llegamos a la calle Shinmozen, una maravilla de calle repleta de casas antiguas de madera. Estamos ahora en plena zona de geishas, se ven movimientos que anuncian que detrás de alguna puerta dentro de una o dos horas habrá cenas y citas con geishas, se ve claramente que en la zona se mueve dinero, que corre el champán francés y hay quien seguro hace regalos millonarios, pero todo queda en mera sugerencia, nuestros ojos no ven nada más.
De vuelta a casa cenamos en un restaurante tipo casa de comidas y lo hacemos tomando un moshu nabe, una comida típica de la región consistente en una especie de estofado, mezcla de verduras y trozos de ternera un tanto cartilaginosos que uno mismo se prepara en la mesa en donde ya hay instalado un fuego de gas para tal menester. El lugar no es de los que dejan huella en la memoria viajera, pero la comida estaba bastante buena.

1 comentario:

  1. ¡Me muero por ver los retratos de las maikos¡.Seguro que se salvan más de las que imaginas Miguel Angel y es que como retratista tienes un 10. Seguro que Begoña también tiraría alguna foto. ¡Que pasada de encuentro¡

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