26/5/09

Kioto, la belleza se esconde

Hemos vuelto a Kioto. Después del ajetreado viaje a Koyasan, lo que más apetece ahora es olvidarse por un día de estaciones y trenes y quedarse en Kioto para patear un poco esta ciudad tantas veces soñada y disfrutar de la legendaria belleza de sus templos y jardines. Avanzada como está ya la primavera, los jardines están preciosos, lástima que no quede ya ni una flor en sus cerezos, pero en compensación no hay enormes masas de gente para contemplarlos, quien no se contenta… Tampoco hay demasiados turistas como quizá ocurra en los meses de verano y son más bien turistas locales los que encontramos. Kioto, por lo tanto, nos espera con todas sus bellezas al alcance de nuestras manos.
Para olvidar la tomadura de pelo que resultó ser la cena de anoche en un restaurante cerca al ryokan, en donde comimos algo que ellos denominaban sushis y que de sushis tenían bien poco y si lo tenían y eran sushis fueron los peores sushis que hemos comido nunca, y unos trozos bastante escasitos y sin gracia alguna de pescado a la plancha que nosotros mismos planchamos en una pequeña parrilla de carbón que te llevan a la mesa, hoy decidimos hacer más detenidamente el recorrido de los templos que hay por la zona de Higashiyama, donde está nuestro ryokan.
El primer templo que visitamos es Kyomizu-Dera, al que accedemos por la Chawan-zaka, la calle de la Tetera, y que más que un templo parece un macro instituto debido a la cantidad ingente de estudiantes que hoy lo visitan, será quizá el miércoles el día de reducción especial para colegios…? El caso es que tanto chaval (y chavala) correteando por aquí, chillando por allá, y jugueteando y haciendo gracias por doquier hacen que la visita a este bonito templo que data del 798 nada menos se haga un tanto insufrible, ya que, ni que decir tiene, no se puede apreciar un monumento así con semejantes "efectos especiales".
Dejamos el Kyomizu por Tainai-meguri y, siguiendo los consejos de la Lonely, enfilamos la Sannen-zaka, una preciosa calle en pendiente,
bordeada de casas antiguas de madera.

Y aquí es donde hay que aclarar lo de la belleza escondida de Kioto porque si bien es cierto que la ciudad tiene rincones de una incomparable belleza (perdona, Javier Reverte....!), –como por ejemplo en el barrio en el que nos alojamos– no es menos cierto que Kioto posiblemente sea una de las ciudades más feas que nos hayamos encontrado nunca. Sus edificios son auténticos delirios arquitectónicos, sin la más mínima gracia y, lo que es mucho peor, está claro que, ansiosos de una originalidad sin parangón, sus arquitectos se han dedicado a hacer auténticas birrias del más estrafalario de los gustos, sin la menor gracia, sin el más mínimo sentido de la estética sino más bien todo lo contrario. Contemplando tales pifias, esos extravagantes y horrendos edificios que uno ve en cualquier esquina de la ciudad cabría preguntarse si no será voluntad expresa de los arquitectos compensar con esas horripilantes obras la exquisita belleza de la antigua capital imperial, o será quizá un vano intento por conseguir algo “original”, que estuviera a la altura de la que en su día fuera una bellísima ciudad…? Hay que reconocer que si se trata de esto último el intento más que vano, es un auténtico fracaso por parte de todo estudio de arquitectura que tuviera tales miras. En definitiva, que la belleza de Kioto se esconde, sí, pero es fácil de encontrar, basta con olvidarse de la Kioto moderna y dirigir los pasos únicamente a la que en su día logró reunir dentro de su recinto 17 lugares que hoy son patrimonio de la humanidad. Y en último extremo, cuando el turista esté ahito ya de tanta belleza puede dirigir sus pasos hacia la modernísima estación de ferrocarril, obra del arquitecto japonés Hara Hiroshi, que si bien, al parecer, tuvo sus detractores a la hora de su inauguración, para mi gusto es una auténtica maravilla de edificio, el único que se salva, y con creces, de toda la arquitectura civil de esta ciudad.
Justo a la espalda de nuestro ryokan hay un grupo de callecitas llamado Ishibei-koji, que la guía califica, podemos afirmar que sin exagerar, de las más bonitas de Kioto. Las incluimos en nuestro recorrido de hoy y volvemos a toparnos con una maiko y, claro está, volvemos a hacer otra sesión de fotos, variaciones sobre un mismo tema se llama esto…
El Kodai-ji, templo que visitamos a continuación, lo manda construir una viuda en memoria de su difunto esposo. En él destacan entre otras cosas los jardines, obra del paisajista Kobori Enshu. Y como quiera que no hemos podido ver los cerezos en flor, resulta más que recomendable rendir por lo menos una visita al cerezo más famoso del país, que se encuentra en el Maruyama-Koen, y que en realidad se trata de un shidarezakura o “cerezo llorón”, que si bien no llora, cierto es que en esta época del año, ya sin flores, tiene un aspecto un tanto lánguido y poco agraciado.
Y así, como el que no quiere la cosa nos plantamos de pronto ante la San-mon, escrito así, con minúsculas después de conseguir reprimir el deseo de escribir todo en mayúsculas y en negrita para hacer hincapié en la majestuosa belleza de esta auténtica maravilla que es la entrada principal del Templo Chion-in.
Se trata de una inmensa puerta de madera, una imponente mole, que pasa por ser la mayor puerta de Japón (y para mí que debe de ser cierto!). Pasar por debajo de uno de sus dinteles hace que uno vuelva a ser consciente de su pequeñez y se prepare para lo que sin duda le espera más allá de esa puerta. Y lo que le espera tampoco en esta ocasión defraudará al viajero: un conjunto de templos en torno a la sala principal, en donde se encuentra la imagen de Honen, el fundador de la escuela budista Jodo, a la que pertenece este templo, y una campana, también en este caso la más grande de Japón, de 74 toneladas que data de 1633, y que 17 monjes –ni uno menos!– hacen tañer el último día del año para marcar el paso al nuevo año.
Después de este templo nuestros pasos nos llevan de nuevo a la zona de Gion y acabamos cenando en una de las terrazas que se levantan sobre palafitos y dan al río Kamo. Hace una temperatura perfecta, la cena esta muy buena, el servicio, como siempre, es exquisito y nosotros nos percatamos una vez más de lo requetebién que se vive de vacaciones…

1 comentario:

  1. Pues eso que de vacaciones se está requetebién y yo cerrando los ojos y al compás de una buena música me habeís hecho soñar con que también entraba en el San-mon. Al abrir los ojos, otro sorbo al té de cereza verde japonesa...y en lo que cabe¡Feliz vuelta a Luxe¡

    ResponderEliminar