23/5/09

Koyasan, una Itaca a la japonesa

Cuál es el origen de esta comparación? Simplemente lo que cuesta llegar a él, al Monte Koya, desde Kioto. Para hacernos una idea primero se ha de coger un tren que te lleve a Osaka, una vez allí se ha de cambiar de línea y coger otro que te llevará en esta ocasión a Shinimamiya en donde nuevamente se habrá de cambiar de tren para tomar otro que, en esta ocasión te conduce hasta Gokurukubashi , en donde ya no, ya no hay que cambiar más de tren, que va, aquí lo que hay que hacer es tomar un funicular que, en cinco minutos –ni uno más, ni uno menos- te sube hasta la estación de tren de Koyasan. “Por fin hemos llegado”, piensa incauto el turista, pero enseguida se da cuenta de que no es así, de que aún deberá coger un autobús que en otros cinco minutos, le lleve, ahora sí, por fin!!! al mismísimo centro de Itaca, digo Koyasan.
Sin embargo, en honor a la verdad, hay que decir, y aquí está el principal motivo de esta comparación, que el largo viaje merece la pena.
Como era de suponer, luego de tan largo viaje lo primero que se imponía era comer, cosa que hicimos en Maruman, un local que recomendaba la guía y que nada más traspasar su entrada nos produjo una buena impresión por el hecho de estar lleno de gente del lugar y no de turistas (que llegarían más tarde), de menú tomamos udon (noodles con carne y curry) que están bastante buenos. Reconfortados los estómagos iniciamos la visita de los numerosos templos que hay en Koyasan dirigiéndonos primero al Garan, un conjunto de templos entre los que destacan la gran pagoda Dai-tó, que por fuera está pintada de blanco y de un naranja para mi gusto un tanto chirriante, el Kondo, también conocido como sala principal y la pagoda Sai-to con una curiosa terraza circular en lo alto de su tejado. En total debe haber unos diez o doce templos repartidos por el recinto, uno de ellos con el curioso nombre de Miedo, que en japonés, como es de suponer, no debe de querer significar lo mismo que en español.
Una vez finalizada la visita al Garan, nuestra intención era visitar la Diamond Gate, con la que dimos después de buscarla desesperadamente por el recinto del Garan creyendo que formaba parte del mismo cuando en realidad se trataba de una puerta de acceso a la ciudad. Demasiado ostentosa y grande, la Diamond Gate no será precisamente el monumento que conservemos en nuestras memorias luego de la visita a Koyasan.
Como aún no habíamos pasado por el templo-hotel en el que nos vamos a alojar esta noche, ya que la entrada en las habitaciones no puede hacerse hasta las 15 horas, decidimos que ya es tiempo de hacerlo y nos dirigimos al Shojosin-in, un templo que alquila habitaciones (en nuestro caso al final fue una especie de bungalow mayor que nuestra propia casa…) a peregrinos y turistas que pernocten en Koyasan. Nos recibe un monje joven bastante serio que nos informa con todo detalle de dónde nos vamos a alojar, dónde vamos a cenar, dónde podremos presenciar mañana a las 6 de la mañana la oración de la mañana, a qué hora es la cena, y a qué otra cierran cada una de las tres puertas de acceso al templo… en fin todo un manual de instrucciones acompañado de un plano para que no nos quepa la menor duda de adónde estamos a la hora de dar un paso dentro del templo. Y ya para acabar nos insiste en que procuremos estar en nuestras habitaciones a las 17:30, hora en que vendrán a buscarnos para la cena… Tomamos buena nota de todo y luego de asombrarnos del tamaño de nuestro alojamiento, que, repito, creemos que es mayor que el de nuestra propia casa, nos encaminamos enseguida hacia el Oku-no-in, un enorme cementerio en donde entre mucha más gente está enterrado Kukai, el fundador de la escuela de budismo esotérico a la que pertenecen todos los templos de Koyasan. La visita a este cementerio merece sobradamente la pena aun cuando no se haga, como sugiere la Lonely, envueltos en la niebla y a la caída de la noche, ya que, enclavado en medio de un bosque de cedros, el conjunto de estelas funerarias y esculturas budistas resulta de lo más relajante y hace que el camino hasta la Toro-do, o Sala de los Faroles, edificio principal del recinto, sea un paseo inolvidable, lástima que por momentos sobren los pitidos y los ruidos de los coches que circulan por la carretera que bordea el cementerio.

A las 17:20 estamos de vuelta en el templo y diez minutos más tarde nos llaman por teléfono para decirnos que podemos ir ya a cenar. Una vez llegados a la zona en donde nos han dicho que vamos a cenar nos instalan en una sala con tatamis, dos cojines y tres mesitas bajas minúsculas en donde poco después un monje irá colocando todos los múltiples cuencos que conformarán nuestra cena vegetariana (los monjes de la escuela Shingon son vegetarianos y no comen tampoco pescado). La disposición de los alimentos en pequeñas fuentes o cuencos y de estos y aquéllas en la mesa es todo un arte, prueba de esa exquisita delicadeza que los japoneses poseen y dominan como pocos pueblos saben hacerlo, lo que se dice un auténtico regalo no sólo gustativo sino también visual e incluso anímico. Y, por cierto, además de todo lo que acabo de decir, la cena estaba exquisita…!



Koyasan es una población de 4.000 habitantes (muchos de ellos monjes) lo que hace que a partir del atardecer su actividad decaiga hasta desaparecer por completo en cuanto el turista o peregrino se recoge para cenar y como quiera que, como acabamos de ver, las horas de las cenas tampoco suelen ser muy tardías, qué ocurre? pues que a eso de las siete de la tarde el turista o peregrino ya ha cenado y ya se ha recorrido la desierta Koyasan de cabo a rabo y no tiene nada mejor que hacer que recogerse en su habitación a esperar la llegada de las 6 de la mañana para poder asistir a la ceremonia de la oración matutina de los monjes. Y eso mismo hicimos nosotros por el aquello de no desentonar del resto. Ahora eso sí, todo hay que decirlo, como quiera que aún era pronto para irse a la cama, aún tuvimos tiempo para preparar una sesión de fotos ataviados al más puro estilo japonés, utilizando para ello los yukatas (especie de bata larga y mangas anchas hasta el codo, que normalmente los hoteles ponen al servicio de sus clientes) que nos hemos encontrado en la habitación al llegar esta tarde.
Al día siguiente, luego de la oración matinal a las 6 de la mañana y a la que, al contrario de lo que nos esperábamos, tan sólo han asistido tres monjes, dos de los cuales, los más jóvenes, han estado recitando todo el tiempo una especie de mantra acompañando su rezo con algún que otro toque de campana de oración o golpe de platillos, hemos desayunado en la misma sala en la que cenamos anoche. El desayuno es a la japonesa, pero en esta ocasión no hay pescado, tan sólo verduras, tofu, té… y, al igual que la cena de anoche, todo estaba riquísimo. Dejamos el Shojosin-in y nos encaminamos hacia el Kongobu-ji, el templo que nos faltó por visitar ayer, pero son las ocho de la mañana y el templo no abre sus puertas de acceso al edificio principal hasta las ocho y media. Damos una vuelta por los alrededores para hacer tiempo. Por fin volvemos y entramos al templo, la entrada hoy es gratuita no sabemos si por ser el día que es o porque han decidido cambiar de práctica y no cobrar el acceso al templo; en cambio, el té y las tortas de arroz, que según la Lonely incluía la entrada han desaparecido y ahora al no haber entrada tampoco hay nada más. La visita a la sala principal del templo y el recorrido por la parte trasera de la misma, en donde puede verse entre otras cosas una gran sala con los útiles de cocina del templo, bien vale el haber esperado un poco.

1 comentario:

  1. Ya veré ya, esas fotos a la japonesa...si es en Palma de Mallorca mejor. En fin, que creo que Koyasan es como esas cosas que tanto cuestan alcanzar y que tanto valoras. Lo de la estancia en el monasterio creo que al menos es interesante. BESOS GUAPOS.

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